lunes, 18 de febrero de 2008

Cuento

EL BURRO FACUNDO

El señor Perico tenía un burro que se llamaba Facundo. Perico cuidaba muy bien a Facundo; le daba de comer ricos manjares, le ponía agua fresca , le limpiaba el establo todos los días y le ponía paja limpia. Pero Facundo era muy gandul, no le gustaba trabajar y se pasaba el día tumbado. Siempre tenía una excusa para no hacer nada: le dolía la pata, la herradura estaba rota, hacía calor, tenía hambre, estaba cansado…
Un día le dijo su dueño:
- O me ayudas a trabajar o no te doy más de comer ni te cuido.
,Facundo se reía, creyendo que era mentira; pensaba que su amo no lo haría.
Pero un buen día, el amo, enfadado, dejó de cuidarlo y darle de comer, ya le había advertido cual sería su castigo si no trabajaba. Como no le daba de comer, Facundo también se enfadó y abandonó a su amo.
Pasaron algunos días. Facundo no había encontrado comida, no tenía nada que echarse a la boca. Tenía miedo, hambre, frío, Se había perdido en el bosque y estaba cansado de vagar de acá para allá. Para él, las noches eran muy largas. Los lobos estaban muy cerca; las serpientes le querían morder; las estrellas se habían escondido tras las nubes y no veía nada, todo estaba muy oscuro. Arrepentido de lo mal que se había portado con su dueño, quería volver, pero no encontraba el camino.
al amanecer, se encontró con un aguador, quien al ver al burro llorando le preguntó:
- Por qué lloras, señor burro?
Y Facundo le respondió:
- Porque me he perdido y no sé volver a casa de mi dueño.
El señor aguador le dijo:
- Yo te puedo llevar a casa de tu amo, pero a cambio tú me tienes que llevar todos estos cubos de agua a mi casa.
- ¿Dónde está tu casa? – preguntó Facundo
- Al otro lado de las colinas, en el desierto.
- De acuerdo – dijo Facundo
Al llegar a casa del aguador , Facundo le pidió su recompensa. Pero el aguador le contestó malhumorado:
- Vale más llevarte a casa de tu amo que traer esos pocos cubos de agua. Te llevaré cuando me traigas otro viaje de agua.
Facundo, muy triste, con hambre, cansado y con sueño, volvió a por otro viaje de agua. Al llegar nuevamente a casa del aguador, le dijo:
- Yo ya he cumplido mi parte del trato, ahora llévame a casa de mi dueño.
El aguador muy enfadado le contestó:
- Yo no sé quien es tu amo. Vete de mi casa y déjame en paz, si no te moleré a palos.
El burro Facundo, lloroso y famélico fue nuevamente en busca de su amo, pero ¿Cómo llegaría hasta allí?, se preguntaba sin cesar.
Otra noche más en el bosque. De nuevo escuchaba el rugido de los lobos, el movimiento de las hojas al paso de las serpientes, los gritos del viento queriendo romper la noche. El burro Facundo pensaba que si hubiera hecho caso a su dueño, ahora estaría calentito en su casa, con la tripa llena de comida, y tranquilamente durmiendo. Estaba arrepentido de su conducta, pero cómo decírselo a su amo; quería pedirle perdón, pero cómo podría encontrar la casa.
Era casi de día, cuando Facundo llegó a una cantera donde un picapedrero reunía piedras en grandes montones. Al ver a Facundo lloriqueando le preguntó:
- Qué te pasa señor burro? ¿por qué lloras?
- Me he portado muy mal con mi dueño, estoy arrepentido y quiero pedirle perdón, pero no sé donde vive ni cómo puedo llegar hasta él.(le contestó Facundo). Además, llevo cinco días sin comer, estoy muy cansado y mis patas ya no me sostienen.
El picapedrero le dijo:
- Yo no tengo nada para darte de comer, pero si me llevas estos mantones de piedras a la otra orilla del río, yo te acompañaré a casa de tu amo.
No fiándose mucho el burro Facundo de aquel señor ,le preguntó:
- Pero… ¿tú conoces a mi dueño? ¿Sabes dónde vive?
El picapedrero muy ufano le contesto:
- Sí, claro que lo conozco, es amigo mío. Cuando te lleve nos comeremos los tres deliciosos manjares para celebrar tu regreso.
Facundo se pone nuevamente, sin comer, a trabajar, llevando aquellas pesadas piedras al otro lado del río. Cuando iba a llevar el último viaje, el picapedrero le dijo:
- Aquí te espero. Cuando vuelvas te llevaré a tu casa.
- Pero el picapedrero tenía muy malas intenciones. Se había escondido detrás de una gran piedra situada en lo alto de la cantera. Cuando vio llegar a Facundo le gritó que subiera hasta donde él estaba, que tras la cantera estaba la casa de su amo.
Una y otra vez Facundo tropezaba, resbalaba, caía, se levantaba, subiendo aquella ladera tan escarpada y alta. No tenía fuerzas para llegar a donde estaba el señor y rogaba sin cesar a todas las estrellas del universo que le ayudaran a llegar pronto a casa de su amo, porque si no se moriría de hambre y de cansancio.
¡ Pobre Facundo! Al llegar a la cima, el picapedrero le dio un empujón y lo tiró cantera abajo gritándole:
- No quiero verte más por aquí, vete y no vuelvas jamás; si lo haces, te echaré a los cocodrilos del lago para que te coman.
Rodando y rodando, los huesos de Facundo fueron a dar en un árbol con un tronco muy grueso y unas hojas muy grandes. En él habitaban unos personajes buenos y mágicos que él no conocía: los duendes. Uno de ellos, llamado Nicasio, que protegía a todos los animales del bosque, sabiendo las intenciones del picapedrero, voló hasta lo alto de la cantera y cuando el picapedrero tiró al burro Facundo, Nicasio lo llevó entre sus brazos hasta el tronco del árbol, su casa.
- ¡Qué extraño, no tengo nada roto, ni tan sólo un arañazo, con todos los golpes que me he dado! pensaba Facundo ; se sentía tan bien, aunque no había comido, que cerró los ojos para descansar y pensar qué podría hacer para encontrar el camino.
Un ruido extraño lo despertó.
¿Dónde estaba? ¿Qué le había sucedido mientras se recuperaba de tantas desdichas ? Se había transformado en un burro muy pequeño, había entrado por una puerta que había en el tronco y se encontraba en un gran salón, con una mesa llena de comida, servida por unos seres diminutos, que reían sin cesar, muy obedientes y trabajadores. Ruperto, el duende de más edad, le dijo:
- Sabemos que estás arrepentido y quieres volver con tu dueño; nosotros te vamos a ayudar; ahora come y descansa; después, Nicasio te llevará con él.
- Y qué tengo que hacer a cambio? El aguador me pidió llevar cubos de agua, el picapedrero, piedra.. Trabaje mucho y ellos me engañaron.
Ruperto le contó que el aguador era el brujo del desierto, se llamaba Filomeno. Quienes pasaban por sus dominios tenían que llevarle agua, si no lo hacían, los mataba y se los echaba a los buitres para que se lo comieran.
El picapedrero era el rey de los cocodrilos. A quien no lo obedeciera, lo echaba a los cocodrilos, y éstos animales, voraces, se pegaban un gran festín.
- ¡Qué miedo! – pensaba Facundo –
- Bueno, ya está bien de tanto hablar. Come y descansa para que salgamos pronto; si no lo haces pronto, hoy tampoco verás a tu dueño. No podemos salir a partir de las diez de la noche, porque a esa hora, como ya está oscuro, salen los duendes de las tinieblas; son muy malvados. `
- Con nosotros ya no se pelean, pero a ti te pueden quitar los ojos y dejarte ciego para que nunca veas a tu amo – le dijo el duende Crisanto, encargado del orden la casa.
Rápidamente, Facundo se puso a comer. Pronto estaba tan saciado, que le entró un sueño muy agradable.
Cuando despertó, estaba en el establo, en casa de su dueño. Estaba amaneciendo y el sol entraba a raudales por las rendijas de la ventana. Su dueño, Perico, entró al establo y le dijo:
- Hoy no trabajaremos; vamos a celebrar que otra vez estamos juntos los dos
- Lo que tu quieras, mi amo – respondió Facundo.
A partir de entonces, amo y burro, Perico y Facundo, no se han vuelto a separar.

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